domingo, 19 de diciembre de 2010

Esto lo escribo con una felicidad cuyo tamaño solo es comparable al de mi nostalgia.


Anoche mientras entraba en la ciudad reconocía las calles y los barrios, pero tenía una sensación extraña: siempre me he sentido muy bogotano, conozco la ciudad pero al llegar anoche ya no sent´pia que esto era así. En mi ausencia los caminos de ambos se separaron, ella siguió con su paso incólume mientras que yo me alejé y cambié.


La naturaleza del cambio fue profunda y salió de las vivencias del mes, el conocer el Catatumbo y la Macarena, el contacto con las personas y los funcionarios, el cambio del paisaje, la cantidad de información que llegó a mi cabeza por el trabajo y por el diario vivir en estas zonas no pasó de largo sino que cambió mi manera de ver las cosas. Cualquier desprevenido mencionaría que el problema es falta de carácter por dejarme afectar de situaciones que no me afectan a mi o que serán efímeras o infinítas (a veces las dos aterran a los hombres por igual), pero no es así, la sensibilidad por los temas del campo es algo innato, posiblemente por mi ascendencia, y eso me impide pasar de largo recolectando información como el barrendero que ve en una calle nueva el eterno polvo en el cual ya renunció a encontrar algo de oro, siempre estaré buscando y encontrando oro en todas las calles que pueda barrer.


Otro asunto que me tocó, fue que por mi formación yo tenía mucha información sobre estos lugares, sobre la situación económica y social, sobre la historía y el conflicto, sobre el clima y la alimentación. Hoy miro hacia atrás y me doy cuenta de lo pobre que es la formación desde los libros, los libros casi nunca tienen rostro y nunca permitirán escuchar las voces ni el dolor ni la felicidad de una persona, mucho menos van a darnos la posibilidad de oler el temor en el ambiente o la tensión. Un ejemplo de esto son los mapas: cuando recorría las carreteras entre los municipios tenía en la cabeza el mapa que recorríamos. Los hombres tienen la pretensión absurda de guardar todo, insluco el paisaje y las cosas vividas en recipientes tan limitados como el de las palabras.


Además de los libros, sobre los cuales redescubrí que no me pueden dar todo lo que quiero, las fotografías también son cojas: intenté captar algunas imágenes de los lugares que mas me marcaron pero no fué posible lograr ni siquiera una parte de lo que mis ojos pudieron devorar ávidamente. No es un problema de cámara ni de fotógrafo, es simplemente que no se puede comparar una foto con ver la serranía de la Macarena de cuerpo presente y sentir el poder de las montañas que para mi producen un sonido mudo, somo si la voz mas poderosa susurrara cosas imperceptibles que hacían eco en mi estómago. Eso una cámara nunca podrá tomarlo.


De todo lo que me marcó, lo mas importante fue el trato con la gente, esos ojos llenos de tantas cosas: algunos de ellos con la sombra de la violencia viva, otros con rumores de viejos enfrentamientos, algunos llenos de temores contenidos a fuerza de voluntad, también otros con la tranquilidad de quien nada debe, esa tranquilidad que a veces solo puede ser alcanzada por medio de la ignorancia. Tantos rostros y tantos nombres, tanta arrogancia y tanta humildad en estos lugares, tanta gente que lo merece todo y tanta que no merece nada. Calaron tan hondo que guardé sus palabras y el sonido de sus voces y cuando hablo de ellos a las personas de esta nevera en la que me encuentro veo sus rostros e imagino sus vidas que me fueron parcialmente reveladas por sus bocas.



Alguien mencionó alguna vez que sólo deberíamos tener información sobre lo que podemos decidir y ahora siento terriblemente el peso de esta reflexión, siento la profundidad de la impotencia que marca a quien conoce la problemática del país y se va a recorrerlo in tener la posibilidad de cambiar todo con una barita mágica. A pesar de eso no me arrepiento de haber partido porque llegué lleno de cosas y de lugares que ahora son amados y que llenan mi espíritu. Siento una enorme nostalgia por eso, de ahí que la ciudad a la que llego, en la que ha ocurrido toda mi vida, se sienta lejana y me rechace como un gato orgulloso cuyo dueño se ha alejado por mucho tiempo y luego de volver lo castiga con su indiferencia.

No hay comentarios: